domingo, 7 de febrero de 2010

El espejo

Ningún ruido perturbaba su mirar absorto. 
Sentado frente al espejo, su sillón de terciopelo rojo con braceras de madera tallada se reflejaba idéntico.
De este lado ninguna partícula de polvo se movía ni flotaba en el aire. Nada entraba ni salía de la habitación, acaso la luz de mediodía cuando el cielo está despejado. Silencio. 

Pero allá; en aquel mundo gemelo que no podía explicarse, incluso su larga barba blanca se mecía ligeramente por las corrientes que mantenían los copos de nieve bailando en el espacio. Tranquilos y alegres, algunos brillaban reflejando los rayos tímidos de un sol que nunca se aleja. (Viento.) 

Las reflexiones que mantenían inmóvil a este viejo sabio poco a poco iban secándose, haciendo cada vez más difícil su fluir. 
En un instante que pareció eterno tomó, pues, la decisión final. Se levantó solemnemente, dio un paso al frente y desapareció. 

Al otro lado del espejo, el sillón estaba firmemente apoyado al borde de un acantilado nevado.