domingo, 27 de julio de 2008

II, tercera semana

Por fin llegamos a una ciudad, la más hermosa que se ha visto jamás. Todo está construido con las más finas gotas de rocío cristalizado. Los habitantes son ligeros y frescos como el agua.

Como en una tierra de mudos, nada se oye, pero se puede percibir la alegría que viven todo el tiempo. Grandes conversaciones se mantienen entre una multitud de seres muy bien organizados y nada se escucha pero se puede sentir la risa ligera y sincera de las doncellas que van y vienen en sus diligencias.

Es como si todo el tiempo se estuvieran preparando para un gran carnaval, un carnaval luminoso y ligero y transparente. Aquí nunca se hace de noche, o más bien, el último rayo de luz sigue yendo y viniendo, incansable, reflejándose en los cristales de la ciudad hasta que llega la nueva luz del amanecer.

Extraño las estrellas.

viernes, 25 de julio de 2008

I, quinto día

Me siento como el guerrero que debía vencer las 7 pruebas para obtener la mano de la hermosa doncella.

Yo no soy ningún guerrero, por la mañana salía yo de mi hogar, porque la luz alegraba los alrededores. Iba dejándome llevar por el camino fresco, apenas amanecía y me topé con esta misteriosa hada resplandeciente.

La he seguido y he dudado muchas veces más de las que esperaba, a veces se detiene por horas frente a caminos nuevos y entradas a cuevas imponentes y yo no sé si quiere que tome el sendero a nuevas ciudades o acaso se necesite salvar a algún niño extraviado en las tinieblas de la cueva. No habla, sólo me mira.

Y sin embargo, sea cual sea la decisión que tome parece no molestarse ni alegrarse.
No es que quiera ganar el favor de tan distinguida dama, porque ha demostrado tener una gracia y porte sin igual, pero han pasado los días y aún no puedo apartar mi atención de ella.

He notado que sólo resplandece al amanecer, como si estuviera hecha de rocio.

jueves, 24 de julio de 2008

Sandunga o de la luna menguante

La voz me hablaba de un lugar maravilloso, al otro lado del camino.

De árboles grandes, llenos de flores naranjas. De noches estrelladas y casas con tejados desde donde se aprecia el pueblo entero. Jardines con estanques cristalinos y grandes peces de múltiples colores. De comida exquisita y bebidas reconfortantes. Fiestas exuberantes, mujeres con vestidos hermosos, tradición.

Pero nada había dicho del ritmo que movía a ese pueblo. Sandunga, de Ramón Ortiz, me hizo soñar despierta:

Era luna nueva cuando el hombre recibió la noticia de que su madre estaba enferma de gravedad. Con prisa se preparó para cruzar el mar, sabiendo que el mensaje había sido enviado hacía más de un mes y que él tardaría otro más en llegar a su antiguo hogar.

La luna y él se conocieron durante el viaje, casi todas las noches se pasaba mirando la oscuridad a lo lejos, hacía la tierra de su niñez. Y él le contaba cómo era vivir ahí, cerca del mar y de su madre; cuando sus más grandes problemas se solucionaban durmiendo en sus brazos, o tomando chocolate a su lado.

La luna lo escuchaba atenta y fue tomando cariño a este hombre que tanto admiraba a su mamá. La luna decidió concederle un deseo, cuando él quisiera. Unos días antes de que volviera a ser luna nueva por fin llegaron a tierra firme, ahí se despidieron.

A la tarde siguiente llegó a su casa, pero fue demasiado tarde. LLorando, con su madre en brazos, habló a la luna y le pidió que cada vez que fuera posible, lo dejara quedarse dormido en su regazo.

Afortunado él cuando la nostalgia lo visita en días de luna menguante.

viernes, 18 de julio de 2008

Estaciones terminales


Tan sólo el placer de reconocerse en estos lugares.
Y poder decir: Yo también lo he visto así. Yo también he vivido ahí.

Estaciones terminales
Colectiva de alumnos del taller de Jordi Boldó
Andador Libertad,
Centro Histórico
Santiago de Querétaro, Qro.

martes, 15 de julio de 2008

Recuerdo de una ciudad

"Wie, bitte?", pensaba la chica mientras aquellas gafas oscuras le hablaban y hablaban sin parar, las manos trataban de ayudar y una y otra vez señalaban el callejón donde muchos turistas iban y venían entre comerciantes de telas y joyas y ropas del lugar.

"Ven conmigo, quiero enseñarte algo. Allá del otro lado del andador." Este hombre de misteriosas intenciones había notado los tímidos pasos de esa mujer, sus ojos azules y profundos, la seriedad de sus labios.

"Was ist los? Wer bist du?", la chica polaca hablaba inglés y le era muy difícil comunicarse en esta ciudad latina. Todo el ir y venir de personas, la música y la alegría de la gente le eran extrañas y ajenas. Novedoso.

"Vamos, no te quito mucho tiempo. No te va a pasar nada, sólo acompañame allá." Aún no conseguía su confianza y aquellos ojos sin fin volvían a mirarlo, ahora con una mezcla de alivio y timidez.

"Warum ich?" El hombre comenzaba a intrigarla.

Entonces comenzó a llover. Gruesas gotas de una nube que llegó sin decir ni agua va. Chaparrón.
Incluso los comerciantes fueron tomados por sorpresa, y tan rápido como pudieron se fueron con sus mercancías a la espalda a refugiarse, los turistas corrieron a sus posadas.
Este hombre aprovechó para tomarla de la mano y correr juntos hacía algún lado, al otro lado del andador, donde había donde guarecerse.

La mujer que vendía rosas en la esquina aún seguía ahí. A tiempo llegó el hombre para comprar una flor, azul y sencilla. La chica miraba con grandes ojos atentos a la mujer de vestido bordado y cabellos trenzados, con un gran ramo de distintas flores que se alejaba con prisa. Miró la flor que tenía en su mano, la última que se vendería esa tarde, la única azul y sencilla.

En seguida la plaza estuvo desierta, al levantar la mirada la chica sólo pudo ver la lluvia caer, la flor en su mano y un hombre con gafas en su corazón.